La salvación del alma es individual, es decir, nadie puede hacer nada para que otra persona sea salva o no.
De cada uno, depende la salvación de su alma; Una persona alejada de Dios no puede pretender que sea salva, simplemente porque lo pidió.
A partir del momento que una persona fallece, se decide cual es el sitio a donde va a ir su alma, al cielo o al infierno.
Cada uno decide quien quiere que reciba su alma al momento de morir, los ángeles de Dios o los demonios que sirven a satanás.
Dios da la oportunidad para ser salvo, hasta el último instante de vida, Solo debe arrepentirse de sus pecados y aceptar al señor Jesús en su corazón.
Pero no hay que esperar al último momento para buscar su salvación, pues hay personas que no tienen tiempo para hacerlo, incluso hay personas que no alcanzan ni siquiera a cerrar los ojos.
Después de morir, no hay nada que se pueda hacer por la salvación de esa alma; solo se puede ganar la salvación en vida.
La puerta de la salvación es estrecha, mientras la de la perdición es amplia.
Quien se deja llevar por los placeres de este mundo, está agradando a satanás, pues él los creó para atrapar las almas de quienes los practican.
Quien quiere ser salvo, tiene que alejarse de las trampas de satanás, como lo es la lujuria, la prostitución, la mentira, la inmoralidad, la injusticia, la fornicación, etc.
Solo puede ser salvo quien acepta y recibe en su corazón, al Señor Jesús, como su único y suficiente salvador.
Pero aceptar al señor Jesús implica seguirlo, alejarse del pecado y practicar sus enseñanzas.
No es posible aceptar al señor Jesús y continuar en el pecado; quien así lo hace se está engañando así mismo.
Quien no acepta a Jesús, no será salvo, pues esta es una condición que Dios impuso.
El camino de la salvación no es fácil, se requiere de mucho sacrificio, de renuncias y entrega total a Dios.
Tenemos que renunciar a nuestra voluntad para hacer la voluntad de Dios, la cual es buena, agradable y perfecta; sus planes para nosotros son mucho mejores que los nuestros; cuando obedecemos a Dios, nos aseguramos una vida próspera, llena de bendiciones y sobre todo, nos aseguramos una vida eterna al lado del Señor Jesús.
Cuando nos dejamos llevar por nuestra voluntad, corremos el riesgo de equivocarnos y esas malas decisiones no harán sufrir y perder nuestra alma.