No te avergüences de difundir la palabra de Dios.
Hay supuestos cristianos que se avergüenzan de hablar de Dios, de difundir su palabra, les da pena asumir su fe,
Incluso lo niegan, para evitar comentarios molestos de sus amigos o de su familia.
Ten la plena seguridad que, si tú te avergüenzas de Dios, Él también se avergonzará de ti, y te dará la espalda.
Cuando sentimos placer de difundir su palabra a todos los necesitados que están sufriendo, Dios se agrada de nosotros y nos cuida, nos protege de todo mal y sobre todo nos bendice.
Por ejemplo, yo siento gran placer de hablar de Dios, de difundir su palabra a todas aquellas personas que están sufriendo.
Me duele su sufrimiento, y deseo de todo corazón que acepten y practiquen sus enseñanzas, para que Dios transforme sus vidas y dejen de sufrir.
Hace 15 años Dios me alcanzó y conocí su palabra; a pesar de que yo era medio atea, Dios tuvo misericordia de mí, y a través de sus milagros en mi vida, aprendí a aceptarlo y amarlo.
Dios me sacó del hueco donde me encontraba, y no solo a mí, sino también a mi familia.
Poco a poco Dios fue transformando mi interior, arrancando mi soberbia, mi orgullo, mi prepotencia, mi egoísmo…
A la vez, fue solucionando todos mis problemas y bendiciendo a mi familia.
Este proceso no fue ni fácil ni mucho menos rápido.
Para transformarnos Dios nos hace llorar, pues nos hace pasar por un desierto, el cual, si somos firmes en su palabra, nos llevará a vencer, y cambiaremos el llanto en risa, la tristeza en alegría.
Hoy en día, no me arrepiento de haber confiado en Dios, ni de haber derramado tantas lágrimas, pues Dios nos transformó y nos bendijo.
Actualmente, mis hijos no tienen que correr tras las bendiciones, las bendiciones llegan a ellos sin tanto esfuerzo. De hecho, mis hijos son la propia bendición.
En cuanto a mi salud, Dios me ha sanado de muchas enfermedades,
Por ejemplo, hace 4 años, a causa de presbicia quedé casi ciega, pero esto solo fue por un mes y medio, pues Dios restauró mi vista.
Hace dos años, cuando me iba a hacer un pequeño procedimiento estético, me pidieron exámenes de laboratorio, los cuales arrojaron resultados preocupantes para el médico.
Mis triglicéridos, colesterol y azúcar subieron de forma alarmante, y el médico me dijo que no me podían hacer la cirugía porque estaba al borde de un coma diabético y de un infarto.
El médico me dijo que debía hacer dieta y tomar unos medicamentos para bajar esos niveles, y que si en 8 días no bajaban, me hospitalizaban.
Sonriendo, le dije el médico que Dios no iba a permitir que me pasara nada, y simplemente no tomé ningún medicamento, ni hice ninguna dieta, ni mucho menos regresé a ningún control médico.
Efectivamente, Dios me libró del pronóstico del médico, pues nunca tuve ningún síntoma asociado a la diabetes, ni a problemas de corazón o arterias.
Gracias a Dios, Él no permitió, ni permite que me pase nada malo; a mis 58 años no tengo ningún síntoma de enfermedad, no tengo que hacer ninguna dieta, puedo como de todo y nada me hace daño.
Lo más importante es que vivo en paz y en tranquilidad, sabiendo que Dios nos cuida y protege de todo mal.
Por ejemplo, durante la pandemia vivía confiada en que nosotros somos inmunes al coronavirus.
No teníamos ningún cuidado especial, yo salía con tapabocas porque la ley lo imponía y no porque lo necesitara.
A pesar de que no teníamos ningún cuidado especial, nunca fuimos contagiados, y eso se lo debemos a la protección de Dios.
Por todo lo anterior, a mí no me interesa lo que los demás digan o piensen de mí. Yo seguiré hablando de la palabra y enseñanzas de Dios a todo aquel que desee escuchar.
La única opinión que me interesa y me importa, es la opinión que Dios tenga de mí, pues dependo 100% de Él.