Cuando el señor Jesús subió al cielo, nos prometió que el Padre nos enviaría al Espíritu Santo, y con él recibiríamos poder.
En Ezequiel 36:27 dice: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”.
El Espíritu Santo nos es dado a todos los que le somos fiel a Dios, le obedecemos y hacemos su santa y perfecta voluntad, sin cuestionarlo.
En Hechos 1:8 dice: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”.
Efectivamente, con el Espíritu Santo recibimos vida, pues con Él somos fortalecidos, somos llenos de Dios, tenemos dominio propio, nuestra energía se multiplica, aumentan nuestras ganas de vivir, somos sensibles a la voz de Dios, aumenta nuestro amor por el prójimo, sentimos placer de hablar de Dios.
Con el Espíritu Santo tenemos paz interior y mucha tranquilidad, porque sabemos que estamos bajo la protección de Dios, y que Él nos cuida y nos protege de todo mal, y no va a permitir que nos falte nada.
En Lucas 4:18 dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos”;
Los que estamos llenos del Espíritu Santo se nos facilita divulgar la palabra de Dios, porque este es el principal propósito del Espíritu Santo; dar a conocer el evangelio a todos aquellos que están sufriendo y que reciban salvación.
El espíritu Santo nos facilita la vida con Dios, pues Él nos guía, nos direcciona, nos enseña, nos capacita, nos alerta del mal para no caer en tentación.
La constante comunión con Dios nos permite ser sensible a su voz, quien nos alerta de cualquier intento del mal en contra de nosotros.
Con el Espíritu Santo obtenemos una fe sobrenatural, una fe que para cualquiera es locura, una fe que hace mover montañas, que permite que nos ocurran cosas extraordinarias.
Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo, tenerlo debería ser la principal prioridad de todos, pues cuando lo tenemos a Él, lo tenemos todo.